miércoles, 27 de mayo de 2015

¿Y ahora, Qué?



Históricamente, he sido votante de izquierdas como ya confesé en los inicios de este blog en mi sinóptica biografía, y más concretamente del Partido Socialista Obrero Español, entre otras cosas porque en aquellos primeros años, entre mi juventud y el convincente discurso de aquel hoy desconocido y desfigurado Felipe González llegué a convencerme de la utilidad del voto que tan bien supieron venderme.

Con los años, la desilusión ha ido calando en mi mente hasta el momento en que mi voto tendió a migrar hacia posturas de verdad de izquierdas, hacia propuestas a veces utópicas y a veces revolucionarias que realmente identificaban una izquierda social, verdadera y por supuesto mucho mas útil para ese votante que soy de una clase condenada a la mediocridad social, ni rico ni pobre sino todo lo contrario. Un votante que lucha día tras día por sobrevivir, al menos ideológicamente, en el caos arbitrario de poder que con tanta inquina se ha manejado contra el pueblo

En estos difíciles momentos en que tanta gente anda pagando los desaciertos y abusos de los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE, cualquier alternativa a la izquierda de estos me ha parecido siempre más valida que desperdiciar mi voto, mi pequeñísima aportación a la participación ciudadana y al respeto por el pueblo, que desgraciadamente durante tantos años no he visto asomar de forma decidida por ninguno de los gobiernos que hemos sufrido.

Cierto es que las épocas de gobiernos socialistas han sido mejores, desde un punto de vista social, que las de gobiernos de la derecha, pero no lo suficiente, y más, mucho más en momentos de emergencia social como las que andamos viviendo detrás de esta falsa, abultada, y manejada crisis que solo sufrimos los que menos tenemos mientras los otros se han enriquecido y han robado a manos llenas.

La corrupción ha campado a sus anchas en los dos grandes partidos, y aunque bien es cierto que en el Popular es endémica, no lo es menos que el PSOE esta salpicado  y diría yo que infectado de la misma enfermedad.

Puntualmente, tras cada elección, han jugado con nuestros votos, pactando posiciones y concejalías donde el poder se mantuviera a raya entre los compinches políticos que de cara al público muestran grandes discrepancias pero que de puertas a dentro se reparten los sillones como cromos en el patio de algún antiguo colegio.

Las municipales y autonómicas por las que acabamos de pasar han pintado un panorama político de colores distintos y ya no nos encontramos con composiciones bicolores donde estos repartos de poder eran habituales para eternizarse en el control de nuestros pueblos y ciudades y salvo excepciones ahora vemos arcoíris de bastantes colores políticos que dibujan un panorama sorprendentemente distinto a los anteriores.

¿Y ahora, qué?

Ahora, los que fueron dos grandes partidos se ven abocados a luchar, incluso internamente para replantearse de nuevo quienes son y que quieren ser en  el futuro.

Seguramente uno de los grandes problemas es la perdida evidente de identidad propia a la que se enfrentan. Ni PP ni PSOE quieren perderla y una política de pactos podría llevarlos por un camino poco deseado para sus dirigentes, tanto históricos como de sus juventudes que ven en esos pactos una perdida evidente de identidad, de que sus siglas se vean fagocitadas por los partidos emergentes que han conseguido un más que apreciable éxito en esta cita electoral.

Mi muy admirado Julio Anguita, al que hoy, desde mis más años me arrepiento de no haber votado más veces, ya decía cuando se hablaba de pactos aquello de “programa, programa, programa”, y fue el instigador de una fuerza de unión que diluyo prácticamente el partido comunista dentro de lo que se vino a llamar izquierda unida, algo que los españoles de entonces, poco acostumbrados a unir fuerzas y si a discutir de que bando eras, no entendimos, pero lo cierto es que esa unión es lo que les otorgo una cierta prolongación en el tiempo que tras disparates como el de Extremadura, el sarpullido de la corrupción y otros acuerdos que evidentemente nunca han estado sometidos a aquel “programa, programa, programa” han ido mermando esa confluencia de ideas hasta prácticamente hacerlos desaparecer del mapa político.

No es importante que unas siglas se pierdan, lo importante es que las ideas que se defienden, sea cual sea la bandera que encabece el desfile político de los candidatos sea común y en línea con lo que los posibles votantes le exigen para ganarnos en el gesto de tomar esa papeleta, se llame como se llame, y depositarla en las urnas.

Ahora, lo quieran o no lo quieran es tiempo de pactos, y no de intercambio de poderes, sino de pactos de verdad, es hora de poner encima de las mesas de negociación las propuestas políticas que tanto se venden en los mítines electorales pero que tanto cuesta ver en desarrollo cuando llegan al poder.

La derecha de esta país mantiene sus fuerzas, ya que el hecho de que el Partido Popular haya perdido un más que significativo numero de votos, no es menos cierto que Ciudadanos, que por más que lo nieguen son la alternativa para el voto cautivo de la derecha, ha conseguido una muy apreciable representación en las urnas, con lo que un pacto PP-C’s, que además manejan un ideario sospechosamente semejantes en lo económico y en lo social, salvo el de la limpieza de la corrupción que promulga Albert Rivera sería suficiente para que en muchos lugares mantengan un poder que el voto realmente les niega.

El voto de izquierdas, muy fraccionado, quizás por que el PSOE anda con miedo a perder identidad política y porque la limpieza que promulgan las fuerzas emergentes les viene mal en estos momentos, no tiene fuerza suficiente, salvo honrosas excepciones para arrebatar los gobiernos al partido de la corrupción y de los atroces recortes.

Desde un punto de vista lógico, hoy, la izquierda debe apelotonarse en torno a las ideas, a las propuestas sociales, a la recuperación de la gente que se ha ido quedando por el camino y plegar las distintas banderas para conformar una multicolor que los identifique de verdad como una unión de partidos por el cambio, esconder sus propias identidades y comerse el orgullo de que en un pasado fueron tan grandes que consiguieron abanderar aquella izquierda que con miedo nos asomábamos a las calles en tímidas manifestaciones intentando cambiar el mundo que nos rodeaba.

El PSOE debe sacudirse como un perro mojado y en cada gota de agua que se desprenda soltar una corruptela, una sospecha, un acto de nepotismo, y mostrar un pelo limpio, tan limpio que deje ver la piel que hay debajo, mostrarse transparente ante aquellos que tenemos la opción de elegirlos algún día para que nos gobiernen con las nuevas ideas que entran frescas de mano de gente utópica, revolucionaria, con verdaderas ganas de cambiar este país.

Es el momento.

Si consiguiera ese nivel de limpieza, que no es tan difícil si se prescinde de amiguismos y enchufismo, de asesores designados a dedo y de facturas en los cajones, si se opta de verdad por aquellas ideas de izquierdas que nos levantaron en aquellos ya lejanos años, es posible que consigamos arrebatar los gobiernos y retornárselos a sus verdaderos dueños, el pueblo.

El pueblo ha hablado y desde mi pinto de vista con claridad.

El voto de la derecha, siempre cautivo del dinero y las prebendas se mantiene alli donde siempre estuvo, fiel a las propuestas promulgadas desde la FAES por el autócrata Aznar, poderoso dueño de la verdad absoluta, mientras el de la izquierda se ha disgregado en cuantas propuestas han aparecido con aires de limpieza y de verdaderas ganas de gobernar desde el pueblo para el pueblo.

Es hora de unirse, de olvidarse de nuestras propias siglas, es hora de unir las ideas progresistas y sociales bajo una bandera común.

Como si (y utilizo este símil aunque no entiendo mucho de fútbol por no decir nada, porque se que es fácil de entender) esto fuera un campeonato mundial. Jugadores de distintos equipos jugando bajo una bandera nacional. Gente que en enfrentamientos cotidianos se dan de patadas en las espinillas jugando juntos por el bien de la nación representada.

Pues eso, que ahora es el momento de que Pedro Sánchez, Susana Díaz, y el resto de barones del PSOE y a la vez los dirigentes políticos de las distintas formaciones de izquierda se pregunten: y ahora, ¿Qué hacemos? Desde luego, no es llamar a Ciudadanos mas allá de felicitarlos por sus fantásticos resultados, pues cualquier alianza con ellos seria una traición, una más a los votantes de izquierdas que han puesto su voto y sus ilusiones en un líder supuestamente renovador.

La respuesta es lo que os pide el pueblo, que si os tenéis que diluir os diluyáis, pero que las fuerzas de izquierda, que sumadas son mayoría, se unan en una gran selección que los haga equipo ganador.

Y rápidamente, sin perder un solo segundo, entrar a saco en alcaldías, diputaciones y gobiernos autonómicos, rebuscar en los cajones y auditar el gasto publico, retornar los gobiernos a la normalidad y no al desfalco y el robo, sin revanchismos, sin armar escándalos, sin armarse de despecho, sin mentir, pero exigiendo responsabilidades, haciendo una administración realmente transparente donde no queden rendijas ni parapetos, donde seamos por fin conocedores de que se hace con el mucho dinero que se aporta a las arcas publicas

¿Y ahora, qué?. Pues eso. Creo que nos lo merecemos.

Jose Ramiro, bloguero

martes, 19 de mayo de 2015

¿Y tu, de quién eres…?



Hace ya muchos años (6/12/1978), fui de los que tuvimos la oportunidad de votar el referéndum constituyente.

Recuerdo con la ilusión que fuimos a votar sí o sí, ya que cualquier variación sobre la dictadura suponía un cambio tan radical que pocos nos planteamos el no.

Poco antes había muerto el generalísimo y aun recuerdo el vuelco que nos dio el corazón el día de la emisión de la noticia, todos reunidos delante de un televisor en blanco y negro (a veces comunitario, ya que no todo el mundo podía permitírselo y normalmente cubierto por un papel de celofán azul que decían que quitaba la nieve, pero era mentira) donde oíamos como aquella frase, “Españoles. Franco ha muerto”, pronunciada con solemnidad y entre lagrimas del presidente Arias Navarro apuntaba un atisbo de color tras los píxeles de la arcaica pantalla que en su monocromía anunciaba diariamente los éxitos de el Caudillo.

Realmente fue un antes y un después en nuestra historia. Fue la señal de salida para una democracia que no todos vaticinaban fácil de conseguir, fue un principio ilusionante para los millones de españoles que llevaban sufridas en sus carnes las heridas aun por sanar de una guerra entre hermanos y el miedo ante tan larga dictadura.

Y aquel inocente y obligado acto de admisión de una constitución, de una carta magna donde se recogían valores fundamentales de respetos y derechos de los ciudadanos, aquel acto en el que con tanta esperanza y a veces con tanta rabia depositamos nuestro “voto”, es los que nos ha traído hasta aquí.

Se hace difícil admitir el error, pero probablemente las prisas, el deseo de no volver a derramar sangre, el anhelo de cicatrizar las heridas y sin duda la buena voluntad de las partes intervinientes, nos hicieron admitir un documento que le daría forma a nuestro futuro. Un documento que tantos años después, no solo se ve obsoleto, sino que en muchos casos ni tan siquiera se ha llegado a desarrollar en toda su plenitud, un documento que esconde entre sus líneas derechos no conseguidos y deberes constantemente violados, que impone un Rey cuando ya no somos vasallos, que se incumple sistemáticamente desde los distintos gobiernos y que ha dado como fruto las mayores tasas de desigualdad y corrupción que jamás haya tenido este país.

Después, la historia ha ido borrando aquellos colores primigenios, homogeneizando la política hasta el punto de hacer desaparecer los clásicos conceptos de izquierdas y derechas y gracias a las corruptelas y el hartazgo de los ciudadanos, aparecen conceptos que debían estar desterrados desde hace ya muchos años. Arriba y abajo. El capital y sus huestes contra el pueblo llano y las distintas clases de pobreza…

Ahora estamos a pocas fechas de una nueva contienda electoral, y graciosamente siguen encabezando las encuestas los que han retrotraído al país a fechas tan lejanas como la de aquellos tímidos inicios.

Los votantes tenemos la obligación de poner las cosas en su sitio, de revertir el orden impuesto, de resucitar derechos y hacer cumplir obligaciones, de nombrar representantes que gobiernen según nuestros dictados y no según los del gran capital, que deshagan lo mal hecho y potencien lo poco que queda del estado del bienestar, que hagan políticas, aunque drásticas, que realmente ayuden a los ciudadanos a salir de la verdadera crisis que es la de los valores políticos y éticos que han quedado arrumbados en las cunetas en el devenir de esta nuestra corta historia democrática.

Es hora de retomar viejos conceptos, hora de hablar de nuevo de quien es quien y de preguntarle… ¿Y tu, de quién eres?

Los de arriba son los que toman café con los del Ibex, los dueños del dinero, los que prometen una falsa estabilidad que solo se representa en sus bolsillos, los de la corrupción y las puertas giratorias, los que se reparten los sillones de gobierno diciendo que han pactado y solo han pactado el reparto de poder, los de las comisiones millonarias, los de las prebendas y los que cobran diariamente en dietas lo que un parado de larga duración en un mes, los que tienen a sus hijos en universidades privadas, los que se mueven en coches oficiales y tienen un chofer a su disposición, los que se rodean de asesores designados a dedo y favorecen a amigos y familiares, los políticos establecidos en la política por profesión y no por vocación, los que se llenan los bolsillos robando al contribuyente y mienten para mantenerse en el poder, los de arriba son los de siempre, los de derechas más a la derecha…

Los de abajo son los que son como nosotros cuando no nosotros mismos, los que sufrimos los recortes, los que sentimos la precariedad en el empleo, los que tenemos que emigrar, los que vemos como nuestras pensiones pierden valor adquisitivo, los que pagamos impuestos injustos y facturas de servicios incomprensibles, los que pagamos comisiones en los bancos y malvivimos con el sudor de nuestra frente y los callos de nuestras manos, los que primamos el bienestar social por encima de la deuda y los que creemos que los derechos hay que cumplirlos, los que alguna vez han pasado por comedores sociales e incluso los que duermen en la calle, los preferentistas a los que les han robado sus ahorros, los maestros que ven violentada su libertad de cátedra, los médicos que no quieren mirar el color del paciente ni les importa su procedencia, los que ven en la política la herramienta necesaria para favorecer al pueblo, los que ven en las riquezas del país riqueza para los ciudadanos y no la reparten entre amiguetes, los de izquierdas de toda la vida…

Dentro de pocos días ejerceremos el derecho al voto, y en su expresión someteremos a esos políticos a nuestros deseos. No nos dejemos llevar por esas carísimas campañas pagadas con dinero público, no permitamos que vuelvan a apoltronarse en sus escaños, no dejemos que sigan jugando con la vida de los ciudadanos, no nos dejemos engañar por el fantasma de una recuperación conseguida de detraer al pueblo derechos básicos y fundamentales, no nos creamos eso de que la economía va bien porque los que gobiernan lo han sabido hacer (efectos como la efímera estabilidad del petróleo en precios muy bajos y el aumento de la productividad en base al abaratamiento de la mano de obra crean un falso escenario de crecimiento que caerá en cualquier momento). Hay que revelarse. No cometamos el error de volver a dejar en sus falsas promesas nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Dice Aznar en estos últimos días que no quiere que gobierne la izquierda ni ahora ni nunca, que España en manos de “su” derecha va bien y eso… Es  una actitud y un pensamiento sospechosamente parecido a la dictadura de la que tanto nos costo salir.

Dentro de pocos días habrá en el aire una pregunta a la que estamos obligados a contestar de forma ineludible, pues en ello nos va nuestra propia vida y la de nuestros descendientes…

¿Y tú, de quién eres?

Yo soy de los de abajo, de los de izquierda de toda la vida, y pido a los que así se sienten a que voten responsablemente, a que el voto de los de abajo se concentre en grupos que realmente defiendan esos utópicos ideales de los que estamos construidos.

Hay vida después de las elecciones, pero podemos decidir que tipo de vida…

Después, cuando lleguen las generales a finales de año, veremos que posibilidades reales existen de reconstituir la carta magna, de evitar el despropósito de un rey viviendo a cuerpo de rey y de otro rey viviendo en el aparatoso lujo que le otorga una fortuna de dudosa procedencia, habrá tiempo de republicanizar el estado, de regenerar de verdad los estamentos públicos, de acabar con mamandurrias y leyes injustas, de poner a cada uno en su sitio aunque no haya sitio en las cárceles para tanto delincuente de guante blanco. Entonces, de nuevo habrá que preguntarle a los ciudadanos: 

¿Y tu, de quien eres?...

Jose Ramiro, bloguero