sábado, 6 de diciembre de 2014

¿Y tú, de quién eres?



Desde los albores de la humanidad, el ser humano ha tendido a clasificarse, a ubicarse a un lado de las cosas y no al otro.

En algún momento de la prehistoria, uno de nuestros antecesores decidió separarse del grupo matriz en el que había nacido y constituyó un nuevo pueblo, idéntico en lo genético pero socialmente diferenciado. No tardarían mucho en aparecer las primeras guerras, que desde entonces acompañan al despreciable ser que, por ser único, es capaz de matar, sin que la excusa sea el hambre o el afán reproductivo, como ocurre en el extenso y muy variado mundo animal.

Nacieron pues así los primeros pueblos claramente diferenciados. Algunos se hicieron cultivadores, otros, cazadores, y otros más, pastores o granjeros. Unos pocos, se dedicaron a intercambiar legumbres y verduras por carne de caza y aves de corral, y así nacieron los primeros intermediarios, seres no productivos que vivían de los beneficios que conseguían en el canjeo de aquellos alimentos.

Pronto, supongo, en alguno de esos poblados alguien se dio cuenta de que uniéndose a aquellos que producían lo que allí escaseaba mejoraba su forma de vida, y como no, haciendo uso de la mejor moneda conocida por aquel depravado mono, concertó el primer matrimonio de conveniencia. Nacieron así las primeras alianzas.

El tiempo, la climatología y el aislamiento fueron diferenciando a los distintos pueblos, conformando la variedad de colores y formas que hoy presentemos, hijos de un mismo padre/madre ancestral, deformados por el cruce genético entre los distintos pueblos.

Hoy, nos esforzamos por marcar nuestras diferencias, clasificándonos taxonómicamente como únicos. Somos europeos o americanos, somos alemanes o españoles, somos catalanes o andaluces, somos sevillanos o malagueños, somos coinos o alhaurinos, somos verdes o morados, somos del madrid o barça, rojos o azules, republicanos o monárquicos, independentistas o unionistas, de la casta o descastados, y así, hasta el infinito, somos… únicos.

Ese afán de clasificarnos, de sentirnos identificados con grupo afín es lo que nos une, y a la vez, es lo que nos separa.

Aunque nuestro ADN sea prácticamente idéntico, en lo mental las diferencias entre las personas son enormes

Un europeo, español, andaluz, malagueño, alhaurino, de los verdes, del madrid, socialista, profundamente republicano, ante un gran derbi entre el madrid y el barcelona disfrutará más con la derrota del contrario que con la propia victoria. El ganador no es feliz por el hecho de ganar, sino por la humillación que le supone al “adversario”… Prueba de ellos es que cuando el rival de nuestro enemigo es otro, y vence, celebramos la derrota…

Como somos…

Socialdemocratas o liberales, demócratas o republicanos, de izquierdas o de derechas, blancos o amarillos, politeístas o monoteístas, cristianos o musulmanes,…

Si en lugar de etiquetarnos, de diferenciarnos, fuésemos capaces de identificarnos como componentes de esa especie única que es el ser humano, si los valores altruistas que circulan ancestralmente por nuestras venas (el altruismo es de todas la mejor arma de defensa de nuestra herencia genética) afloraran, si de verdad nos lo propusiéramos, si que seriamos el ser supremo, la perfecta obra de los dioses en los que algunos creen, capaces de luchar contra cualquier adversidad, de superar cualquier reto, de vencer la enfermedad, el hambre, la penuria, la miseria, la sed… Igual seriamos capaces incluso de perpetuarnos en lugar de destruirnos.

Bastaría casi con eso…

Yo, para clasificarme de alguna forma (parece ser inevitable), y obviando mis orígenes, solo quiero ser… ciudadano de un lugar llamado MUNDO, y no es publicidad…

Y tú, … ¿de quien eres?

Jose Ramiro, bloguero.