martes, 9 de octubre de 2012

El laberinto del Minotauro




Existe en la mitología griega un personaje llamado Asterión, nacido de la zoofílica y extramatrimonial unión de Pasifae, esposa de Minos y un gran toro blanco salido del mar.

No es este el sitio para relatar en detalle los porqués de esta extraña unión, pero para situarnos, digamos que Poseidón, dios de los mares, le hizo un favor a Minos (que también era hijo de dioses, sus padres eran Zeus y Europa) y a cambio le entrego un toro blanco que el debía sacrificar.

Minos, impresionado por la enorme belleza de la bestia blanca, sacrifico otro toro y escondió el gran semental blanco entre sus otros toros.

Poseidón, vióse afrentado y como castigo hizo que la esposa de Minos, Pasifae, sintiera una atracción tan… “bestial”, que con la ayuda de Dédalo, construyeron una vaca de madera, que convenientemente envuelta en piel de autentica vaca sirvió de tálamo para la pecaminosa unión entre Pasifae y el gran morlaco albino que, engañado por el convincente disfraz de una hembra de su especie, entró al trapo, por usar una expresión acorde con su raza.


De esta unión, nació Asterión, mas conocido por el Minotauro (Toro de Minos) .

El chaval, les salió un poco extraño, ya que había heredado entre otros atributos la gran cabeza cornuda de su padre y adolecía del defecto de que solo comía carne… humana, por lo que a no mucho tardar, se convirtió en un problema, ya que, según crecía, se hacia más salvaje y requería más comida.

Cuando la situación se hizo insostenible, de nuevo Dédalo intervino y construyo el laberinto de los laberintos, el Laberinto del Minotauro, gigantesca construcción de caminos entrecruzados en todas direcciones, de los cuales, solo uno de ellos conducía al centro del mismo.


Y allí encerraron a Asterión para que no causara, digamos, daños colaterales.

Claro, había que alimentar a la quimera y para ello, periódicamente (no esta claro si era una vez al año o una cada nueve años), se llevaban al laberinto a siete jóvenes varones y siete doncellas, todos ellos vírgenes, por supuesto, ya que entonces pensaban, (y aun hoy algunos personajes lo piensan), que la calidad de la carne que no ha conocido carne es mucho mejor y saludable…

Esto duró hasta que en ocasión de la tercera comilona preparada para Asterión, (luego no sabemos si fue al tercer año o al vigesimoséptimo, aunque todo apunta a que era el vigesimoséptimo) entró en el laberinto Teseo, por causas que no voy a explicar, por que sino este relato se haría inacabable, con el firme propósito de matar a la bestia y  para encontrar la salida, fue desliando un ovillo de hilo que le serviría de guía una vez terminada la faena, utilizando de nuevo un termino taurino.

En Europa (la nuestra, el continente, no la madre de Minos), con la moneda única, tenemos un problema similar al que tuvo Minos con Asterión.

La voracidad del Euro, esta acabando con la sociedad del bienestar, y cada vez exige más sacrificios a los ciudadanos, que nos encontramos metidos en un laberinto sin salida (aparente, ya que seguro que hay un camino, aunque solo sea uno, que lleva hasta ella).

Antiguamente, antes de la moneda única, (que no única moneda) cuando en un país las cosas no iban del todo bien, cuando de repente la balanza de pagos se descompensaba, era habitual utilizar un truco, que conveniente y temporalmente usado servia para conseguir el reequilibrio, sin pedir grandes esfuerzos a sus ciudadanos.

Eran otros tiempos y devaluando la moneda en curso, se conseguía convertir lo malo en bueno, creando un diferencial con respecto a otros países que hacia que el devaluado fuese atractivo para olas inversiones.

Hoy, con esta nuestra moneda única, que con tanto fervor acogimos (aunque de hecho, abrazar Europa fue una devaluación encubierta, y lo que costaba veinte duros paso a costar ciento sesenta y seis pesetas), tenemos el problema de que ya no podemos devaluarla, ya que debiera ser una decisión tomada por todos los países que la conforman, y el desequilibrio entre el centro y norte de Europa con los países de la periferia hace que esto sea impensable.

La globalización, aun teniendo aspectos positivos, y sobre todo la deslocalización industrial, hace aun más difícil el tema.

Si un inversor encuentra facilidad para fabricar en países tercermundistas, con mano de obra muchas veces esclava e infantil, a costos de risa y con aranceles prácticamente inexistentes, difícil será convencerlo para que industrialice sus productos en nuestra piel de toro.

La consecuencia de ello es que hoy, para crear el mismo tipo de atracción por nuestro país, o por cualquiera que pretenda atraer inversión, lo que devaluamos es la mano de obra, a los ciudadanos, convertimos al obrero en mano de obra barata y fácilmente manejable, les damos bajos salarios y poca seguridad en el puesto de trabajo.

De esta manera, los grandes inversionistas, los que de verdad manejan el cotarro y los que tienen de momento el ovillo en las manos son los que se sienten atraídos, los que compran nuestra deuda, los que ganan ingentes cantidades de dinero, siempre en euros, a cambio de nuestra precariedad laboral, de salarios casi inhumanos en comparación con los de países ricos, de la destrucción de  los derechos ciudadanos y de la miseria y la pobreza del pueblo.

Esta es la verdadera maldad de la moneda única. Ahora lo que pierde valor es el hombre, y así se pensó por sus creadores, casi con tanta maldad como la puesta por Poseidón para el encuentro “amoroso” de Pasifae y el Toro.

Hoy, cual Teseo, deberíamos coger el ovillo, para no perder el rumbo de vuelta, y pelear contra la gran bestia cornuda que exige tantos sacrificios, que devora hombres, mujeres y niños, sin importarle siquiera si somos vírgenes o no.

Evidentemente no tienen el exquisito paladar del Minotauro, pero son igual de bestias.

La pérdida de derechos, el paro desmedido, los putos recortes, la derechización de la sociedad, son nuestro verdadero laberinto.


Hay que matar a la bestia.

Abandonar el Euro, moneda maldita, es la solución.

Negarse al sacrificio…, insisto,  matar a la bestia…

Buen ovillo nos va a hacer falta para salir de este laberinto

Jose Ramiro, bloguero