lunes, 3 de septiembre de 2012

Gente de paz



Soy una persona pacifica.
   
Tanto es así, que en mis recuerdos, hasta donde alcanza mi memoria, jamás he tenido un enfrentamiento violento con nadie. Siempre me he medido con palabras y sin puños, y no por cobardía, que ante situaciones violentas siempre he dado la cara, sino por que vivo en el convencimiento del poder del discurso. Las razones siempre han sido más fuertes que los puñetazos. Si bien es cierto, que a veces las situaciones ante las que te pone la vida dejan pocas salidas, aprendí desde bien joven a contar hasta diez, y serenar mis iras, a calmarme y a pensar en soluciones “no violentas”.

El hecho de no haberme visto envuelto en peleas ni broncas juveniles, (ni tan siquiera de niños) y mucho menos de adulto, que es cuando uno ya tiene claro sus objetivos vitales, y que siempre he pensado que la violencia nunca puede traer nada bueno, no se justifica en mi carácter, que lo tengo mas bien iracundo, soy persona de “mal carácter” según me definen los cercanos.

Últimamente, cuento hasta diez casi a diario, e incluso varias veces al día, y aun así, encuentro difícil la calma ante las situaciones tan injustas, tan dolorosas que nos están haciendo vivir.

Me asalta la ira en cada titular de noticias, en cada artículo, en cada declaración del gobierno, en sus medidas y en sus decretos, en sus sonrisas irónicas y sus risas veladas, en sus desmanes, en sus abusos y en sus recortes. Me asalta la ira cuando me rozo con la pobreza provocada, con el desempleo, con la desesperación de mis vecinos, con enfermos crónicos y pensionistas, con los jubilados de hoy y con los que se jubilarán mañana. Me asalta la ira la incomprensión del gobierno, su nepotismo y sus prebendas, su corrupción encubierta y su amiguismo, su interés en reflotar los bancos mientras el pueblo se hunde, sus subidas de impuestos injustos y su proteccionismo de los que más tienen, sus indultos fiscales y a los corruptos, su influencia en los jueces y el control que ejercen sobre los medios.

Me asalta la ira en cada momento de cada día.

Y también cuando leo esas noticias del exterior, tan frías, a las que les falta esa especie de “toque humano”, las que hablan del hambre en el mundo, de la falta de agua en algunas zonas, de los muertos de guerras dictatoriales, de los enfrentamientos entre hermanos, de las luchas del poder por el poder, de la radicalización de los países islámicos, de la desgracia de los refugiados, de la cantidad de locos que por no perder su estatus sacrifican a su pueblo, de la amenaza de guerras químicas y atómicas, del sinsentido de las Naciones Unidas, que entre medidas vetadas y resoluciones incumplidas valen para muy poco, de los pueblos a los que se les ha arrebatado su tierra y de los que viviendo en su tierra se sienten invadidos, del proteccionismo europeo y americano de los países con riquezas naturales y de la condena al olvido de los que nada tienen, de los atentados terroristas y de las matanzas de civiles, gente como yo, que nada tiene que ver en los conflictos creados por y para el beneficio de otros.

Me asalta la ira cada minuto que estoy despierto.

Con la edad, dicen que uno se va serenando. No es mi caso, y no recuerdo en mi corta historia haber vivido momentos de tanta crispación, de tanta ira almacenada, que poco a  poco, me corrompe el sentido, me induce al odio hacia quien comete fechorías contra su pueblo, contra su gente, contra sus iguales.

Me enfurece ver la altanería de nuestros políticos, despegados del pueblo que los votó, desconectados del mundo de la realidad y que se mueven como pez en el agua en el mundo de la palabrería, de las promesas que no se piensan cumplir, de la mentira. Me enfurece escuchar al presidente del gobierno decir que sus problemas (y lo dice en este orden) son salvar el euro y, después, sacar a España de la recesión. Me enfurece ver a la oposición callar ante los desmanes.

Estoy en un estado de enfurecimiento permanente.

Y supongo, que como yo, habrá millones de españoles, dolientes del mal gobierno que nos ha tocado, enfurecidos por las actitudes injustificadas de la clase gobernante, gente llenas de ira, descontentas con la vida que nos están haciendo vivir, defensores de unos derechos conseguidos con años de lucha y sacrificios, herederos de una situación que no nos tocaba heredar, gente que padece en su día a día los recortes, los impuestos, las penurias, los precarios puestos de trabajo, los ridículos salarios ofertados por unos empresarios amparados en una reforma laboral que iba a generar empleo pero que de momento solo crea paro y más paro, gente desesperada, desahuciada, en el limite de sus posibilidades, gente que, votaran o no a estos gobernantes, lo sufren por igual.

Vivimos días de manifestaciones populares, que parecen no afectar a la clase política. Ante el rechazo (más que generalizado) de sus medidas, se muestran convencidos de que lo que hacen es lo correcto, e incluso, en sus ultimas declaraciones (y una de las pocas que le conocemos desde que instauro su “gobierno”) Mariano Rajoy dice que estas medidas, las injustas, las dolosas, las antidemocráticas medidas que va tomando viernes a viernes, le ayudarán a ganar de nuevo las próximas elecciones. Solo si es posible volver a la Moncloa con los votos de los poderosos, de los ricos, de los empresarios, de los banqueros y de los corruptos lo conseguiría. Estas declaraciones son la máxima expresión de su desconexión con el mundo real. Y como el, sus ministros, legislando contra la sociedad, eliminando derechos básicos, perjudicando al pueblo…

Como asumo que no son deficientes mentales, como asumo que saben lo que hacen y lo que dicen, asumo que se creen protegidos, que no esperan ningún tipo de revuelta social, que andan en la tranquilidad del trabajo “bien realizado”.

La estupidez humana, no conoce límites…

¿Es para estar furioso… o no?

Jose Ramiro, bloguero