martes, 10 de julio de 2012

Los extremos, terminan por tocarse…


Hoy, quiero escribir sobre algo que me llama mucho la atención, y es esa especie de animadversión que tenemos las culturas occidentales hacia el islamismo.

Antes, debo confesar mi ateísmo y la incredulidad que me produce todo lo que tiene que ver con las religiones. Por supuesto, no soy un experto en esto. No he estudiado en profundidad ninguna de las religiones y ni tan siquiera se si las referencias que hago a los libros sagrados de cualquiera de las creencias son del todo ciertas. Cristiano por bautismo, abandone la Fe hace ya muchos años. Para los cristianos, debo ser un hereje y para los islamistas, un infiel.

Tampoco creo en brujas, magos y adivinos, y hoy la sociedad está llena de ellos. Las televisiones, que solo exhiben aquello que es negocio, están a tope de estos personajes durante las madrugadas de cada día, y su están ahí, es porque vende.

Sin embargo, admito, consiento y convivo con  la creencia en cualquier cosa, sin más. Cada uno es libre de creer en lo que entienda que es su verdad.

Comprendo que es un tema, digamos “delicado”, pero nada más lejos de mi intención que molestar a nadie con mis reflexiones

Es bien cierto que todo lo que huele a “radicalidad” molesta, y la “radicalidad islámica”, como que no encaja culturalmente en lo que hemos convenido en  llamar el mundo occidental, pero…

El Islamismo, supongo, como cualquier otra religión, no es más que una expresión de la relación del hombre con su Dios. Así lo es el Cristianismo, y en extremo cualquier otra religión.

Criticamos, (yo también) muchas veces desde el desconocimiento, los contenidos de su libro sagrado, El Corán, haciendo hincapié en la desconexión de esos textos con el mundo real, con un mundo que poco tiene que ver con el momento histórico en que estos textos aparecen, soslayando en esas criticas que lo mismo ocurre con los textos de los cristianos, donde las incongruencias que se recogen en la Biblia, son así mismo fruto de la distancia en el tiempo.

El Islam, recompensa a sus mártires (héroes), que son aquellos que viven la religión desde el cumplimiento de sus textos sagrados, con el paraíso. Un paraíso, lleno de placeres y recompensas, como premio por la defensa, aun violenta, de esta creencia

El cristianismo, promete la vida eterna, en una clara estafa emocional a los creyentes, y una reencarnación más que dudosa, sobre todo desde que existe la costumbre de incinerar a los muertos. Esas cenizas, muchas veces arrojadas a la inmensidad del aire o del mar, entiendo que ni con un milagro divino podrían rehacerse en carne. Además, la reencarnación, tras el definitivo juicio sumarísimo del Todopoderoso propone otra paradoja: Todos los muertos de la humanidad no pueden volver a la vida, ni tan siquiera una infinitesimal parte de ellos, no cabrían en el planeta.

Justifica la violencia, igual que el Islam, santificando a los que, utilizándola, han defendido la fe cristiana contra los herejes, como en el caso, por poner un ejemplo bien conocido por todos, del Apóstol Santiago, también conocido como  “Santiago Matamoros”

En el mundo islámico, el premio paradisíaco, esta íntimamente relacionado con tu paso por esta vida, y tu nivel de cumplimiento con los escritos, y (si bien es cierto que la interpretación que hacen de la lectura del Corán los mas extremistas deforma la correcta interpretación de las palabras del profeta), premia a los buenos musulmanes, que durante toda su vida han defendido la fe y han vivido con arreglo a las enseñanzas del profeta, con tan apetitoso destino. La justicia islámica, impedirá el acceso al paraíso de los “infieles”, segando la vida, si es preciso, de aquel que no viva de acuerdo a las enseñanzas proféticas.

En el mundo del cristianismo, podría parecer que se premia al buen cristiano, pero el personaje puede ser “mala gente” durante toda su vida, siempre que, al final de la misma, pida perdón y se arrepienta de los pecados cometidos. Esto le garantiza su libre acceso al cielo, para sentarse a la derecha del Padre. Él, que todo lo puede, todo lo perdona...

No puedo dejar de reconocer que la recompensa islámica, llena de placeres y felicidad es como más llamativa, y se ampara en toda una trayectoria de vida, por encima del arrepentimiento cristiano, que en última instancia, perdona todos los pecados.

Quizás por que ofrece un premio aparentemente mejor, el islamismo gana adeptos cada día.

Justificamos nuestro rechazo en la interpretación que hacen algunos islámicos e islamistas de su libro sagrado, pero en el cristianismo, sin ir demasiado lejos en la historia, también encontramos ese tipo de interpretaciones entre los seguidores de la Biblia.

A todos nos sorprende que un Imán explique en una Mezquita como castigar a una mujer, sin dejar marcas, justificando el maltrato, pero nos sorprende menos (y no entiendo porqué) que el Arzobispo de Granada, Javier Martínez, pronuncie en su discurso frases como…: “Si la mujer aborta, el varón puede abusar de ella”. ¿No es acaso en ambos casos una clara llamada a lo que llamamos violencia machista?

Pasa casi desapercibido que el Obispo de Cracovia, Tadeusz Pieronek diga que “El Holocausto es un invento judío”, desoyendo los textos históricos y negando el genocidio en una clara apología del nazismo.

Que André-Joseph Léonard, Arzobispo de Bruselas diga que “El sida es un acto de justicia”, mientras se prohíbe el uso de los preservativos entre sus fieles, o que José Domingo Ulloa, Arzobispo de Panamá diga que “Los homosexuales juegan con fuego”, o que El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández piense que “La UNESCO quiere hacer que la mitad de la población sea homosexual” y que Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe  - Castellón, opine que “La educación sexual en las aulas se reduce a “exaltar” la homosexualidad” no son más que la expresión homofóbica de gente inmersa en una creencia que niega el ejercicio de la libertad sexual entre sus fieles, considerando, como Monseñor Reig Pla, la homosexualidad como una enfermedad de la que se puede salir.

Que Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, Obispo de la prelatura Cancún-Chetumal, se atreva a proponer que “Hay que perdonar a los curas pederastas porque no sabían lo que hacían” o que Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas, justifique que “El Erotismo impide respetar a los niños” y que Bernardo Álvarez, Obispo de Tenerife piense y así lo diga que “Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan”. Es una clara manifestación del apoyo y consentimiento de la iglesia cristiana (de alguna gente de esa iglesia) a uno de los delitos más despreciables de la humanidad: el abuso de menores.

Que el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, en una de sus homilías pastorales diga que “Existen males mayores que los que esos pobres de Haití están sufriendo en estos días. Nos lamentamos mucho y ofrecemos nuestra solidaridad, pero deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual, por nuestro materialismo, que es un mal más grande que el que esos inocentes están sufriendo.” Es un desprecio absoluto hacia los que lo pasan mal en esta vida.

Si esta es la expresión consentida dentro de la iglesia cristiana, no se entiende la sorpresa y el rechazo que produce el Islam, que, como mucho, podrá ser acusado, igual que el cristianismo, de posturas extremistas de algunos de sus componentes.

El mayor desconocimiento del islamismo me impide ejemplarizar con más concreción, pero estoy seguro que no debe haber grandes diferencias entre los “defensores” de ambas creencias.

No todos los de Bilbao son de ETA.
No todos los cristianos son “mala gente”
No todos los musulmanes son terroristas.

Es la Fe, llevada a los extremos, lo que produce la aberración del comportamiento de estos personajes, cristianos y musulmanes.

Todos deberían hacer un poco de autocrítica, a fin de reconocer las debilidades de sus creencias y la desconexión con la realidad del mundo en el que vivimos.

En mi opinión (y sé que a los extremistas de cualquier signo seguramente le importará muy poco), ambas creencias, ya que existen y coexisten, deberían alejarse de la radicalidad, pisar suelo, modernizar y adaptar sus “textos sagrados” y su lenguaje para garantizar una convivencia pacifica y cívica entre sus seguidores.

Vivimos en un mundo del que no podemos salir. Los esfuerzos por mejorar la convivencia siempre serán bienvenidos.

Jose Ramiro, bloguero